Todos los piratas tienen
un temible bergantín,
con diez cañones por banda
y medio plano de un botín,
que enterraron a la orilla
de una playa en las Antillas.
Todos los piratas tienen
un lorito que habla en francés,
al que relatan el glosario
de una historia que no es
la que cuentan del corsario.
Ni tampoco lo contrario.
Por un quítame esas pajas te pasan por la quilla.
Pero en el fondo son unos sentimentales,
que se graban en la piel
a la reina del burdel
y se la llevan puesta a recorrer los mares.
Marchando una de piratas…
Larga vida y gloria eterna.
Para hincarles de rodillas
hay que cortarles las piernas.
Todos los piratas tienen
atropellos que aclarar,
deudas pendientes y asuntos
de los que mejor no hablar.
Se beben la vida de un trago
y se ríen con descaro.
Hasta que un día, temblando
en la popa de un velero,
la encuentran, y traicionando
la ley del filibustero,
no reclaman el rescate
y rehuyen el combate.
Cuando los piratas son hombres enamorados
de una piel que huele a jazmines, rompen promesas
con sus hermanos de ayer
y huyen al amanecer
rumbo a un puerto que aún no ha puesto precio a su cabeza.
Marchando una de piratas…
Nadie doblegó su espada
y bastó una mujer hermosa
para cortarles las alas.
No hay historia de piratas
que tenga un final feliz.
Ni ellos ni la censura
lo podían permitir.
Por la espalda, en una esquina,
gente a sueldo los asesina.
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