Yo sé de una mujer que mi alma nombra,
siempre con la más íntima tristeza,
que arrojó por el fango su belleza
lo mismo que un diamante en una alfombra.
Mas de aquella mujer lo que me asombra
es ver cómo en un antro de bajeza
conserva inmaculada su pureza
como un astro su luz entre la sombra.
Cuando la hallé en el hondo precipicio
del repugnante lodazal humano
la vi tan inconsciente de su oficio
que con mística unción besé sus manos.
Y pensar que hay quien vive junto al vicio
como vive una flor junto a un pantano.
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